Fumar ocasiona una piel opaca, propicia la aparición de manchas y disminuye la capacidad de estiramiento y recuperación del órgano más grande que tenemos.
Además de afectar la función pulmonar y cardiovascular, otros de los efectos secundarios negativos que produce el hábito del tabaco es la disminución de la circulación a todos los tejidos. Por ello, nuestra piel también resulta afectada por el cigarro, ya que disminuye el aporte vascular.
La reducción del aporte vascular quiere decir que se minimiza las propiedades viscoelásticas de la piel (la capacidad de estiramiento y recuperación), así como las funciones que revierten los efectos secundarios causados por la exposición solar. Todo esto provoca el crecimiento de la capa cómea, la cual deja de descamar cada dos semanas (como es común) para producir "parches" de piel, ocasionando un dermis opaca, con poca capacidad de distención y contracción. Ante esto, el resultado final es la aparición de arrugas.
Una ves que la piel se encuentra bajo este panorama, en el caso del rostro y como consecuencia de su movimiento habitual, los músculos faciales se harán más visibles, provocando la aparición de líneas de expresión. Por ejemplo, las que se forman de forma vertical junto a los labios son más frecuentes en fumadores que en los que no lo son.
Es importante señalar que durante la menopausia, se llegan a padecer alteraciones de hidratación y lubricación en la piel y mucosas, y si a ello se añade las lesiones provocadas por el tabaco, serán entonces las mujeres en edad madura quienes se vean más afectadas que los hombres.
Asimismo aunando al paso del tiempo y las necesidades propias de cada cuerpo en función de su respectiva etapa de vida, el tabaco también favorece la aparición de las llamadas "patas de gallo" o las arrugas que se forman en la frente.
Este efecto se puede revertir mediante el uso de algunos procedimientos no invasivos.
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